Me comentaba un experto de toda solvencia días atrás su preocupación por el trato que vienen recibiendo desde hace años los médicos y enfermeros jóvenes justo cuando están empezando el ejercicio de sus profesiones, un momento en el que todo en torno a ellos debería estar orientado a ilusionarles, estimularles, reforzar su formación y, en definitiva, proteger su vocación y orgullo de pertenencia a colectivos tan relevantes para los ciudadanos, la sociedad y el país. De esos jóvenes llegará a depender un día la asistencia sanitaria pero también la investigación, la docencia y la gestión, por lo que más valdría cuidarlos como oro en paño.

Y es que no lo van a tener nada fácil, y no lo digo por la inercia cortoplacista que arrastran las administraciones competentes y que nos ha traído al actual déficit de este capital humano (especialmente en enfermería, pero también en Medicina Familiar y otras especialidades médicas), sino por una amenaza que se cierne en el horizonte: el uso de la inteligencia artificial, o de los algoritmos, para la gestión de los recursos humanos, sin que medie intervención (ética) humana.

Esto no es ciencia-ficción: la inteligencia artificial, apoyada en la gestión de datos, empieza a servir para seleccionar personal, adjudicar y cambiar constantemente tareas, controlar y medir al milímetro el rendimiento y compararlo sin matices entre miembros de un mismo equipo, predecir el absentismo laboral, establecer en base a patrones predefinidos quiénes tienen capacidad de liderazgo y quiénes no (ni la tendrán!), identificar con antelación quién querrá irse antes de la empresa…Todo eso algunos dirán que será bueno para gestionar de manera más objetiva, racional y eficiente los recursos humanos, y otros verán una potencial forma de explotación y alienación y, como resultado de todo ello, de fomento del estrés y el burnout y de la pérdida de la salud, comenzando por la mental.

Esta semana un estudio internacional liderado por investigadores del Hospital Clínic/Idibaps de Barcelona y del Ciber de Salud Mental (Cibersam), la Universidad de Linköping (Suecia) y el King’s College de Londres, publicado en Molecular Psychiatry, ha indicado que una reducción del estrés laboral permitiría evitar uno de cada cinco casos de depresión.

Y también esta semana, el Parlamento europeo ha aprobado un informe elaborado por la comisión de Empleo, con ponentes españoles, que expone los desafíos de un mercado de trabajo cada vez más digitalizado y propone medidas de carácter vinculante para proteger la salud mental de los trabajadores. E incluye, nada más y nada menos, que el mal uso de sistemas de inteligencia artificial que, “unido a una falta de legislación, ya está generando la precarización de las condiciones laborales y un aumento de las enfermedades mentales relacionadas con el trabajo como la ansiedad, la depresión o el burnout“.

Aquí una miniselección de cuestiones que se recogen en ese informe:

-“Considerando que un creciente número de empleadores utilizan herramientas digitales como aplicaciones, software e inteligencia artificial (IA) para gestionar a sus trabajadores; que la gestión algorítmica, como tal, plantea nuevos desafíos para el futuro del trabajo, como el control y la vigilancia habilitados por la tecnología mediante herramientas de predicción y marcado, el seguimiento a distancia y en tiempo real de los avances y del rendimiento y el control del tiempo, y puede entrañar importantes riesgos para la salud y la seguridad de los trabajadores, en particular su salud mental, su derecho a la intimidad y su dignidad como personas; que la digitalización y las nuevas tecnologías avanzadas, como la IA y los mecanismos basados en la IA, están transformando la naturaleza del trabajo; que en la actualidad alrededor del 40 % de los departamentos de recursos humanos de las empresas internacionales utiliza aplicaciones de IA y el 70 % las considera una alta prioridad para su organización; que debe regularse la nueva economía digital para fomentar la prosperidad compartida y garantizar el bienestar de la sociedad en su conjunto”.

-“Considerando que esta nueva situación hace necesaria una definición nueva y más amplia de salud y seguridad en el trabajo, en la que ya no puede prescindirse de la salud mental (…).

-“Considerando que la pandemia de covid-19 ha afectado de manera desproporcionada al bienestar mental de los trabajadores sanitarios y asistenciales de larga duración —la mayoría de los cuales son mujeres—“.

-“Considerando que demasiadas personas en la Unión no disponen de acceso a servicios públicos de salud mental y de salud en el trabajo (…)”.

-“Considerando que los problemas del lugar de trabajo que afectan a la salud mental incluyen el agotamiento profesional, el síndrome de desgaste profesional, el estrés, el acoso, la violencia, la estigmatización, la discriminación y las limitadas posibilidades de crecimiento o promoción, aspectos que pueden agravarse aún más en línea; que el año pasado la OMS reveló que más de trescientos millones de personas en todo el mundo padecían trastornos mentales relacionados con el trabajo, como el agotamiento profesional, la ansiedad, la depresión o el estrés postraumático, lo que está relacionado con el hecho de que uno de cada cuatro trabajadores europeos considera que el trabajo tiene un impacto negativo en su salud; que un entorno de trabajo negativo puede dar lugar a problemas de salud física y mental, al consumo perjudicial de sustancias o de alcohol, al absentismo y a la pérdida de productividad”.

La salud de los trabajadores tiene que ser una prioridad en todos los sectores y ámbitos, algo que de hecho está alineado con el movimiento internacional ‘Salud en todas las políticas’. En el sector sanitario, como en otros que dependen básicamente del capital humano (docencia, justicia, seguridad, transportes…), tendría que ser, diría yo, más: una certeza absoluta.

Esperemos que los empleadores, públicos y privados, de este sector reparen en la necesidad de una gestión inteligente de los recursos humanos (que no es lo mismo que la aplicación de la inteligencia artificial a la gestión de los recursos humanos), porque, sin salud y bienestar de los sanitarios y demás colectivos profesionales de la salud, no puede haber calidad y seguridad asistencial, ni eficiencia y sostenibilidad, ni avance de la biomedicina, ni formación de excelencia…

Carmen Fernández  Fernández