Hace unos días, paseando por la Barriada de Pescadores, me detuve al escuchar un animado murmullo. Miré a través de una ventana y vi a un grupo de mujeres mayores reunidas, charlando mientras realizaban tareas, supongo que para preparar los mayos de cara a las fiestas de La Cruz. Esta escena de mujeres compartiendo, creando juntas y fortaleciendo los lazos comunitarios me hizo reflexionar sobre la importancia de que las personas mayores puedan permanecer en sus comunidades, rodeadas de sus seres queridos y en un entorno familiar.
Es un tema que me preocupa desde hace años: cómo en nuestras sociedades modernas hemos ido desplazando a las personas mayores de la vida familiar y comunitaria, en un proceso que refleja una transformación radical con respecto a la generación de nuestros padres en cuanto a valores y estructuras sociales. La fragmentación de la familia, la emigración de la isla y el abandono del rural han reducido el contacto intergeneracional, mientras que el culto a la productividad ha conseguido que la vejez sea ya no solo una etapa invisibilizada, sino algo que directamente no queremos ver.
Esta exclusión tiene consecuencias horribles para nuestros mayores. El aislamiento y la soledad afectan a su salud física y mental, aumentando el riesgo de enfermedades y deterioro cognitivo, al tiempo que el hecho de no tener un rol social mina su autoestima, dejándoles huérfanos de propósito. Lo que antes era un ciclo natural de acompañamiento mutuo, de cuidados entre generaciones, de “tribu”, hoy se ve reemplazado por una desconexión brutal que, considero, nos empobrece mucho como sociedad. Además, las vidas precarias que llevamos, con jornadas interminables y recursos económicos cada vez más limitados, nos impiden dedicarles el tiempo y los cuidados que merecen, perpetuando aún más su abandono.
En La Palma, la tercera isla más envejecida del archipiélago, el porcentaje de personas mayores de 65 años es del 21,5 % —más de cuatro puntos por encima de la media canaria— y en zonas rurales como Barlovento, Garafía o San Andrés y Sauces esta cifra casi alcanza el 30 %; una tendencia al alza que a su vez aumenta las posibilidades de que te toque lidiar con una situación de dependencia.
  mi alrededor cada vez más personas se ven arrolladas por el doloroso proceso de demencia de un progenitor, la aparatosa caída de una abuela, el inesperado ictus de un abuelo y tantas otras situaciones que te ponen la vida patas arriba. Por delante, meses o años de malabares vitales y económicos, renuncias y una conciliación casi siempre inexistente. Y en la mayoría de estas situaciones —en Canarias 3 de cada 4—, el peso de atender a las personas dependientes recae en las mujeres de la familia.
En la semana del 8M, veo más que pertinente recalcar que este altamente feminizado trabajo de cuidados sigue estando precarizado y socialmente infravalorado. En demasiados casos las mujeres se ven obligadas a abandonar su vida profesional, lo que perpetúa su dependencia económica y limita su desarrollo personal. Y sin apoyo institucional y con escasos recursos también ven afectada gravemente su salud física y mental. Frente a esta realidad, necesitamos una apuesta política fuerte dirigida no solo a aliviar a las familias en los duros procesos de dependencia, sino que permita a las mujeres decidir sobre su futuro sin que los cuidados sean un obstáculo.
Sin embargo, y como apuntaba el compañero Cosme Vega en un artículo hace unos meses, “nos encontramos en la comunidad autónoma que ocupa el último lugar en el despliegue de la Ley de Dependencia, con unas listas de espera que causan rubor”. En La Palma, por ejemplo, llevamos más de una década esperando por las tantas veces prometidas plazas sociosanitarias del nuevo Hospital de Dolores.
Pero, aunque necesarias, estas plazas no abordan el tremendo problema que mencionaba al principio de “arrancamiento” de su entorno y desarraigo de nuestros mayores en la etapa más vulnerable de sus vidas. Más que institucionalizarles por defecto, opino que es imprescindible garantizarles la posibilidad de permanecer en sus hogares si así lo desean, con una red de atención adecuada.
Entonces, ¿qué se puede hacer desde las administraciones locales?
En primer lugar, desde Drago Canarias apostamos por la inversión de manera decidida en atención domiciliaria, ya no solo para cubrir una urgencia social, sino como una estrategia inteligente para dinamizar la economía local. Por ejemplo, la creación de un centro de formación y profesionalización de personas cuidadoras en la isla podría generar empleo estable y de calidad, evitando parte del incesante goteo de emigración de jóvenes y adultos en edad laboral. Además, esta vía podría propiciar la creación de cooperativas o pequeñas empresas locales especializadas.
En segundo lugar, vemos fundamental fortalecer el tejido social a través de la participación y las redes comunitarias. No se trata de imponer soluciones desde las administraciones, sino de construirlas junto a quienes serán sus beneficiarios directos; promover procesos participativos por barrios o municipios en los que las personas mayores y sus familias puedan expresar sus necesidades, contribuyendo a diseñar políticas adaptadas a la realidad.
Asimismo, impulsar programas de voluntariado intergeneracional y actividades comunitarias podría ayudar a volver a tejer esos lazos perdidos entre generaciones. Espacios donde jóvenes enseñen a los mayores a usar la tecnología a cambio de aprender de su experiencia, o donde distintas generaciones compartan actividades y aprendizajes, contribuirían a crear una comunidad más fuerte, más sabia y más empática.
El envejecimiento de nuestra población es un desafío colectivo, por mucho que las malas o deficientes políticas desarrolladas hasta ahora nos hayan hecho creer, y las soluciones, como el problema, también son colectivas: apostar por un modelo de atención a la dependencia centrado en el hogar y la comunidad, dignificar y profesionalizar el trabajo de cuidados, fomentar la participación ciudadana y fortalecer las redes de apoyo local.
Es urgente que nos replanteemos esta realidad que nos ha impuesto una antinatural desconexión de quienes nos precedieron y abrieron camino. Recuperar el valor del vínculo con nuestros mayores y asegurarles una vejez digna y acompañada no es solo una cuestión de justicia, sino un compromiso ineludible de nuestra sociedad.
Sara Hernández
portavoz de Drago Canarias en La Palma