Maquiavélica resulta la estratagema del gobierno canario por la cual se manipula la actual escalada del coronavirus. Porque no es que el número de infectados descienda, sino que se oculta realizando un menor cribado (-50%) para así encubrir el elevadísimo número de contagiados, muy superior al que nos facilita la estadística gubernamental.

Tal vil y temeraria operación tiene como principal objetivo urdir una normalidad social y laboral inexistente con el coste inadmisible del incremento impreciso de muertes y secuelas personales de por vida en una situación sanitaria y hospitalaria caótica que soporta al alza el número de ingresos sin que el ejecutivo, después de dos años, haya aún adecuado los recursos y las plantillas de profesionales a la actual y ascendente emergencia sanitaria. Al número ingente de damnificados por la pandemia, se une un porcentaje mayor de pacientes crónicos y quirúrgicos que son arrinconados sine die en las listas de espera con el agravamiento irreversible de sus patologías y previsible muerte.

Los niveles de alerta que determinan el riesgo epidemiológico en las islas es otro de los aspectos que se suma a esta farsa. Las escasas medidas decretadas por el gobierno para evitar los contagios y las concentraciones de personas en espacios cerrados o al aire libre son incumplidas y la presencia inspectora o disuasoria de los agentes de la autoridad ha descendido hasta hacerla imperceptible. La reducción en los días de aislamiento de los trabajadores contagiados para evitar la prolongación de las bajas laborales, supone una grave temeridad que provoca, también, la expansión del virus.

Con estos componentes, y con la efectividad de las vacunas muy por debajo de lo inicialmente afirmado, las instituciones públicas se han convertido en los mejores aliados de la COVID, creando además un clima de peligrosa inseguridad y desconfianza social. Así, mientras los responsables sanitarios del Estado y de Canarias (Carolina Darias y Blas Trujillo) desde su probada condición de inexpertos curanderos, intentan tapar las vergüenzas de sus respectivos gobiernos convertidos en un acreditado peligro público.